lunes, 28 de abril de 2008

Delicada Depresión










En una mañana de rayos radiantes, una cálida y linda flor violeta habla con sus compañeras del vecindario: ¿Cómo hacen para sentirse vivas? ¿Para levantarse sonrientes? Si son totalmente idénticas a sus hermanas mayores, a sus primas, a sus vecinas de enfrente y a todas las que las rodean. Si reciben la misma cantidad de agua, y abusan todas de la misma forma del sol. Tanto, que recurren a la luna para quejarse de sus excesos de luz. Las otras no comprendían por qué ella quería ser distinta a las demás. A ellas sólo les importaba coquetearle al sol y envidiar a las de pétalos más grandes.
Su estado de catalepsia hacia eco en su fisonomía: se estaba destiñendo, su polen era escaso y amargo y en su tallo crecían espinas auto-defensivas.
En una tarde de verano, como todos los días, se acerca una gentil y vieja abeja a hablarle al oído. Le comenta que, en su panal, el poder estaba corrompido, que las abejas obreras estaban de huelga, que organizaciones terroristas intentaron sabotear la miel echándole edulcorante y que odiaba la desigualdad social en la que vivía. Descortésmente, la flor le pregunta: ¿Para qué me comentas esto, si sabés bien que no puedo ayudarte? Indignado, el insecto cumple su trabajo y se retira volando contra el viento.
Al llegar la noche, sus cuestiones se volvían más profundas, se sentía la flor más deprimida del jardín. El reflejo de sí misma a su alrededor la encandilaba. Hacía simulacros de inviernos para autoflagelarse, y ya no le importaba volver a beber luz.
Con la misma frecuencia siempre, la mañana se hacia presente. La bruma se esparcía y los miedos se escondían tras las rocas de una montaña lejana. Aburrida de mecerse con la brisa, decide preguntarle al viento que secretos escondía. Viejo y astuto le contesta que sabía lo que le pasaba, que sabía por qué ella estaba triste: ¿qué había hecho ella para ser distinta? ¿Por qué le tenía tanto miedo al otoño? Sin encontrar respuesta, decide dar fin a la conversación.
Las horas corrían y ella seguía aséptica en todo, frustrada porque todos los días eran iguales, sin esfuerzo alguno.
Al llegar el otoño, el sol se fue entibiando, las nubes fueron colmando el techo y sus amigas comenzaron a refugiarse en sus capullos hasta la primavera siguiente. Pero ella decidió quedarse a desafiar al astro ardiente, a batallar lo desconocido y a resistir todo ataque del violento frío. Atónito, el rey sol le pregunta a qué se debe su desobediencia. ¿Por qué quería romper con su ley instintiva? Era un esfuerzo inútil tratar de ejercer su poder ya destronado por el otoño. Pero ya era tarde.
Ella ya no tenía miedo. Prefería sufrir mil inviernos si eso le iba a dar el don de florecer mil primaveras eternas y endulzar su alma de belleza otra vez.
Con su espíritu guerrero, terco y torpe, la flor se marchitó durante la primera semana de invierno.


Guillermo Rodríguez.

jueves, 10 de abril de 2008

Anden


Como en la mar.
De nuestros ojos. De nuestras mentes.
Vos te ibas y yo volvía, como las olas.
Somos esporas con ojos de mar.

Ilusión, imagen, imaginación, realidad.

Fue solo el vagón de nuestra mente.
Que descarrilo sin destino.
Sin Fe.
Sin Voz
Sin peleas.
Sin amor.

Como un dios. Que no puede amar a nadie
Porque pedería su imparcialidad.
Como un sol. Como un símbolo. Como un Sufri-miento.

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